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720.#.#.a: Ana Rosa Pérez Ransanz

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653.#.#.a: Epistemología y filosofía de la ciencia; Filosofía

506.1.#.a: La titularidad de los derechos patrimoniales de este recurso digital pertenece a la Universidad Nacional Autónoma de México. Su uso se rige por una licencia Creative Commons BY 4.0 Internacional, https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/legalcode.es, fecha de asignación de la licencia 2009, para un uso diferente consultar al responsable jurídico del repositorio por medio de contacto@dgru.unam.mx

041.#.7.h: spa

500.#.#.a: Uno de los principales problemas de la epistemología y de la filosofía de la ciencia ha sido el de la naturaleza del sujeto del conocimiento, el sujeto cognoscente, así como el de su papel en la generación y aceptación del mismo. En la historia de este problema, la filosofía moderna dio por sentada la existencia de dicho sujeto, siendo una de sus preocupaciones centrales la de encontrar las condiciones que permitían distinguir el conocimiento genuino de las creencias meramente subjetivas. El problema fundamental, entonces, era el de establecer las condiciones que redujeran al mínimo la posibilidad de que interviniera la subjetividad impidiendo la obtención de un conocimiento objetivo. La filosofía de la ciencia que dominó en los dos primeros tercios del siglo XX –especialmente la que se desarrolló en el ámbito anglosajón- radicalizó esta idea, en tanto se vio reforzada por el llamado giro lingüístico en la filosofía, y tuvo como consecuencia –entre otras- que las teorías científicas, concebidas como sistemas de enunciados, tuvieran el papel de unidad de análisis privilegiada para el análisis filosófico de la ciencia. La objetividad del conocimiento científico, entonces, se redujo a la objetividad de las teorías, cuya comprensión sólo requería analizar su estructura lógica y sus propiedades semánticas. Por tanto, el problema epistemológico central consistió en elucidar la relación entre las teorías y la evidencia empírica que las apoyaba (confirmaba o refutaba), bajo el supuesto de que la evidencia calificaba como tal en relación con las teorías, puesto que era independiente de los sujetos que pudieran considerarla. Bajo esta perspectiva, darle un lugar a la subjetividad o a las relaciones sociales en el análisis filosófico del conocimiento científico equivalía a no entender la naturaleza del genuino conocimiento, el conocimiento objetivo. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX –y con notable vigor en lo que va del presente- se ha operado una transformación en la manera de entender la naturaleza del conocimiento científico, en la medida en que se ha ido reconociendo la importancia de los aspectos históricos, psicológicos y sociales en la generación y evolución del mismo. De manera creciente se fue desarrollando, dentro de la filosofía de la ciencia, un interés por los estudios en historia de la ciencia, en la psicología de los procesos cognitivos y en la sociología del conocimiento, y fue aumentando el reconocimiento de la importancia epistemológica de estos aspectos, incluyendo, entre otros, el peso epistémico que tienen factores subjetivos como las emociones, y factores sociales como la dependencia epistémica. Se introdujo también la consideración de un entorno más amplio, el de las prácticas sociales y culturales dentro de las cuales se desarrolla la empresa científica, y para cuya comprensión resulta central el análisis de la naturaleza y función de los sujetos individuales y colectivos productores del conocimiento científico. En el ámbito de la epistemología también se produjo una transformación sustancial durante la segunda mitad del siglo XX, relacionada con la naturalización de este campo de la filosofía. A grandes rasgos, este giro se caracteriza por la crítica de la concepción tradicional de la epistemología como una disciplina a-priori y se aboga en favor de una teoría del conocimiento que se desarrolla incorporando los hallazgos de las ciencias empíricas. Este cambio ha acercado la epistemología de manera muy importante a la psicología, a las ciencias cognitivas y, más recientemente, a las ciencias sociales, particularmente a la sociología y a la antropología. Bajo el supuesto de que el conocimiento humano se ha de analizar como un fenómeno natural, no pueden ignorarse entonces los contextos sociales y culturales en que los individuos y grupos lo producen, aceptan y transforman. Así, el acercamiento inicial de la epistemología a las ciencias naturales se ha ampliado para incluir a las disciplinas sociales. Por otra parte, el reconocmiento de la irreductible dimensión social del proceso de conocimiento ha permitido destacar la enorme cantidad de tareas cognitivas cuya concepción y ejecución excede las habilidades y capacidades individuales, sobre todo en el ámbito de la investigación científica. De aquí que se haya acuñado la noción de "cognición distribuida" para abarcar la amplia diversidad de actividades que se realizan y distribuyen en un contexto de construcción colectiva de conocimiento. En el contexto de estos profundos cambios en la filosofía de la ciencia y la epistemología contemporáneas, se ha producido una convergencia con tradiciones provenientes principalmente del pensamiento sociológico, que a lo largo del siglo XX –y de manera independiente a la discusión filosófica- mantuvieron una preocupación por dar cuenta de las condiciones sociales bajo las cuales se genera el conocimiento y de cómo éstas inciden en su y aceptación y desarrollo. Se estableció entonces una profunda discusión en torno al problema de si los contenidos mismos del conocimiento están condicionados por el contexto social en el que surgen y se aceptan, y si su validez también se ve afectada por ese contexto. La inclusión del pensamiento social en el análisis de problemas considerados tradicionalmente de competencia exclusiva de la filosofía –ya fuera de la epistemología o de la filosofía de la ciencia- ha dado lugar al nacimiento de nuevos campos de conocimiento, como los estudios filosóficos y sociales de la ciencia y la epistemología social. Esta confluencia ha propiciado que se amplíe la comprensión de las formas de producción y aceptación del conocimiento, superando añejas dicotomías como la del contexto de descubrimiento y contexto de justificación o, más en general, entre la producción del conocimiento y su justificación o aceptación racional. También ha dado lugar al surgimiento de importantes debates relacionados con el estatuto ontológico de los sujetos colectivos del conocimiento –como las comunidades epistémicas y culturales y las redes científicas-, así como en torno a la intencionalidad y las identidades. Considerada tradicionalmente como una propiedad de los individuos, la revaloración de las relaciones, mecanismos e instituciones sociales en la producción de conocimiento ha propiciado la reflexión sobre la naturaleza de la intencionalidad colectiva. Las posiciones varían desde la afirmación de que ésta es un producto cooperativo que no deja de ser una propiedad de los individuos, hasta posturas emergentistas que abogan por el surgimiento de la intencionalidad colectiva como una propiedad de los grupos de conocimiento, cualitativamente distinta de la intencionalidad de los individuos participantes. En relación con las identidades, el análisis del conocimiento como práctica cultural ha abierto el camino para la investigación de su papel en la constitución de la identidades tanto personales como colectivas. A lo anterior debe añadirse otra preocupación que se ha venido desarrollando en años recientes: la de comprender el papel de los afectos y las emociones en los procesos de generación y aceptación del conocimiento. Esta cuestión era impensable desde las perspectivas tradicionales, bajo las cuales se consideraba que si algún papel jugaban las emociones era en un sentido negativo y distorsionante, por lo cual la objetividad del conocimiento exigía su superación absoluta. En contraste, desde los años 80 se ha venido reconociendo de manera cada vez más clara, que el conocimiento, incluyendo el científico, no es el producto de una razón pura desligada de la afectividad, sino más bien de un aparato cognitivo del cual los elementos emocionales son una parte constitutiva. A su vez, este reconocimiento ha planteado la pregunta sobre si tiene sentido y sustento el hablar de "emociones colectivas" y cuál sería su naturaleza. Si el conocimiento científico no es un producto de sujetos aislados, y si las emociones son un elemento indispensable de los proceso cognitivos, entonces habría que analizar la naturaleza y función de las emociones en los colectivos epistémicos. En relación con la problemática antes des

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No entro en nada

No entro en nada 2

Registro de colección universitaria

Sujetos, emociones y nuevas formas de conocimiento

Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, Portal de Datos Abiertos UNAM, Colecciones Universitarias

Licencia de uso

Procedencia del contenido

Entidad o dependencia
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM
Entidad o dependencia
Dirección General de Asuntos del Personal Académico
Acervo
Colecciones Universitarias Digitales
Repositorio
Contacto
Dirección General de Repositorios Universitarios. contacto@dgru.unam.mx

Cita

Dirección de Desarrollo Académico, Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA). "Sujetos, emociones y nuevas formas de conocimiento", Proyectos Universitarios PAPIIT (PAPIIT). En "Portal de datos abiertos UNAM" (en línea), México, Universidad Nacional Autónoma de México.

Descripción del recurso

Título
Sujetos, emociones y nuevas formas de conocimiento
Colección
Proyectos Universitarios PAPIIT (PAPIIT)
Responsable
Ana Rosa Pérez Ransanz
Fecha
2009
Descripción
Uno de los principales problemas de la epistemología y de la filosofía de la ciencia ha sido el de la naturaleza del sujeto del conocimiento, el sujeto cognoscente, así como el de su papel en la generación y aceptación del mismo. En la historia de este problema, la filosofía moderna dio por sentada la existencia de dicho sujeto, siendo una de sus preocupaciones centrales la de encontrar las condiciones que permitían distinguir el conocimiento genuino de las creencias meramente subjetivas. El problema fundamental, entonces, era el de establecer las condiciones que redujeran al mínimo la posibilidad de que interviniera la subjetividad impidiendo la obtención de un conocimiento objetivo. La filosofía de la ciencia que dominó en los dos primeros tercios del siglo XX –especialmente la que se desarrolló en el ámbito anglosajón- radicalizó esta idea, en tanto se vio reforzada por el llamado giro lingüístico en la filosofía, y tuvo como consecuencia –entre otras- que las teorías científicas, concebidas como sistemas de enunciados, tuvieran el papel de unidad de análisis privilegiada para el análisis filosófico de la ciencia. La objetividad del conocimiento científico, entonces, se redujo a la objetividad de las teorías, cuya comprensión sólo requería analizar su estructura lógica y sus propiedades semánticas. Por tanto, el problema epistemológico central consistió en elucidar la relación entre las teorías y la evidencia empírica que las apoyaba (confirmaba o refutaba), bajo el supuesto de que la evidencia calificaba como tal en relación con las teorías, puesto que era independiente de los sujetos que pudieran considerarla. Bajo esta perspectiva, darle un lugar a la subjetividad o a las relaciones sociales en el análisis filosófico del conocimiento científico equivalía a no entender la naturaleza del genuino conocimiento, el conocimiento objetivo. Sin embargo, en el último tercio del siglo XX –y con notable vigor en lo que va del presente- se ha operado una transformación en la manera de entender la naturaleza del conocimiento científico, en la medida en que se ha ido reconociendo la importancia de los aspectos históricos, psicológicos y sociales en la generación y evolución del mismo. De manera creciente se fue desarrollando, dentro de la filosofía de la ciencia, un interés por los estudios en historia de la ciencia, en la psicología de los procesos cognitivos y en la sociología del conocimiento, y fue aumentando el reconocimiento de la importancia epistemológica de estos aspectos, incluyendo, entre otros, el peso epistémico que tienen factores subjetivos como las emociones, y factores sociales como la dependencia epistémica. Se introdujo también la consideración de un entorno más amplio, el de las prácticas sociales y culturales dentro de las cuales se desarrolla la empresa científica, y para cuya comprensión resulta central el análisis de la naturaleza y función de los sujetos individuales y colectivos productores del conocimiento científico. En el ámbito de la epistemología también se produjo una transformación sustancial durante la segunda mitad del siglo XX, relacionada con la naturalización de este campo de la filosofía. A grandes rasgos, este giro se caracteriza por la crítica de la concepción tradicional de la epistemología como una disciplina a-priori y se aboga en favor de una teoría del conocimiento que se desarrolla incorporando los hallazgos de las ciencias empíricas. Este cambio ha acercado la epistemología de manera muy importante a la psicología, a las ciencias cognitivas y, más recientemente, a las ciencias sociales, particularmente a la sociología y a la antropología. Bajo el supuesto de que el conocimiento humano se ha de analizar como un fenómeno natural, no pueden ignorarse entonces los contextos sociales y culturales en que los individuos y grupos lo producen, aceptan y transforman. Así, el acercamiento inicial de la epistemología a las ciencias naturales se ha ampliado para incluir a las disciplinas sociales. Por otra parte, el reconocmiento de la irreductible dimensión social del proceso de conocimiento ha permitido destacar la enorme cantidad de tareas cognitivas cuya concepción y ejecución excede las habilidades y capacidades individuales, sobre todo en el ámbito de la investigación científica. De aquí que se haya acuñado la noción de "cognición distribuida" para abarcar la amplia diversidad de actividades que se realizan y distribuyen en un contexto de construcción colectiva de conocimiento. En el contexto de estos profundos cambios en la filosofía de la ciencia y la epistemología contemporáneas, se ha producido una convergencia con tradiciones provenientes principalmente del pensamiento sociológico, que a lo largo del siglo XX –y de manera independiente a la discusión filosófica- mantuvieron una preocupación por dar cuenta de las condiciones sociales bajo las cuales se genera el conocimiento y de cómo éstas inciden en su y aceptación y desarrollo. Se estableció entonces una profunda discusión en torno al problema de si los contenidos mismos del conocimiento están condicionados por el contexto social en el que surgen y se aceptan, y si su validez también se ve afectada por ese contexto. La inclusión del pensamiento social en el análisis de problemas considerados tradicionalmente de competencia exclusiva de la filosofía –ya fuera de la epistemología o de la filosofía de la ciencia- ha dado lugar al nacimiento de nuevos campos de conocimiento, como los estudios filosóficos y sociales de la ciencia y la epistemología social. Esta confluencia ha propiciado que se amplíe la comprensión de las formas de producción y aceptación del conocimiento, superando añejas dicotomías como la del contexto de descubrimiento y contexto de justificación o, más en general, entre la producción del conocimiento y su justificación o aceptación racional. También ha dado lugar al surgimiento de importantes debates relacionados con el estatuto ontológico de los sujetos colectivos del conocimiento –como las comunidades epistémicas y culturales y las redes científicas-, así como en torno a la intencionalidad y las identidades. Considerada tradicionalmente como una propiedad de los individuos, la revaloración de las relaciones, mecanismos e instituciones sociales en la producción de conocimiento ha propiciado la reflexión sobre la naturaleza de la intencionalidad colectiva. Las posiciones varían desde la afirmación de que ésta es un producto cooperativo que no deja de ser una propiedad de los individuos, hasta posturas emergentistas que abogan por el surgimiento de la intencionalidad colectiva como una propiedad de los grupos de conocimiento, cualitativamente distinta de la intencionalidad de los individuos participantes. En relación con las identidades, el análisis del conocimiento como práctica cultural ha abierto el camino para la investigación de su papel en la constitución de la identidades tanto personales como colectivas. A lo anterior debe añadirse otra preocupación que se ha venido desarrollando en años recientes: la de comprender el papel de los afectos y las emociones en los procesos de generación y aceptación del conocimiento. Esta cuestión era impensable desde las perspectivas tradicionales, bajo las cuales se consideraba que si algún papel jugaban las emociones era en un sentido negativo y distorsionante, por lo cual la objetividad del conocimiento exigía su superación absoluta. En contraste, desde los años 80 se ha venido reconociendo de manera cada vez más clara, que el conocimiento, incluyendo el científico, no es el producto de una razón pura desligada de la afectividad, sino más bien de un aparato cognitivo del cual los elementos emocionales son una parte constitutiva. A su vez, este reconocimiento ha planteado la pregunta sobre si tiene sentido y sustento el hablar de "emociones colectivas" y cuál sería su naturaleza. Si el conocimiento científico no es un producto de sujetos aislados, y si las emociones son un elemento indispensable de los proceso cognitivos, entonces habría que analizar la naturaleza y función de las emociones en los colectivos epistémicos. En relación con la problemática antes des
Tema
Epistemología y filosofía de la ciencia; Filosofía
Identificador global
http://datosabiertos.unam.mx/DGAPA:PAPIIT:IN402609

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