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506.#.#.a: Público

590.#.#.d: Cada artículo es evaluado mediante una revisión ciega única

510.0.#.a: Arts and Humanities Citation Index, Revistes Cientifiques de Ciencies Socials Humanitais (CARHUS Plus); Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (CLASE); Directory of Open Access Journals (DOAJ); European Reference Index for the Humanities (ERIH PLUS); Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal (Latindex); SCOPUS, Journal Storage (JSTOR); The Philosopher’s Index, Ulrich’s Periodical Directory

561.#.#.u: https://www.filosoficas.unam.mx/

650.#.4.x: Artes y Humanidades

336.#.#.b: article

336.#.#.3: Artículo de Investigación

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351.#.#.6: https://critica.filosoficas.unam.mx/index.php/critica

351.#.#.b: Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía

351.#.#.a: Artículos

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270.1.#.p: Revistas UNAM. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, UNAM en revistas@unam.mx

590.#.#.c: Open Journal Systems (OJS)

270.#.#.d: MX

270.1.#.d: México

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883.#.#.a: Revistas UNAM

590.#.#.a: Coordinación de Difusión Cultural

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883.#.#.q: Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

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100.1.#.a: Quine, W.V.

524.#.#.a: Quine, W.V. (1968). Objetos proposicionales. Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía; Vol. 2 Núm. 5, 1968; 3-29. Recuperado de https://repositorio.unam.mx/contenidos/4115727

245.1.0.a: Objetos proposicionales

502.#.#.c: Universidad Nacional Autónoma de México

561.1.#.a: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM

264.#.0.c: 1968

264.#.1.c: 2018-10-26

506.1.#.a: La titularidad de los derechos patrimoniales de esta obra pertenece a las instituciones editoras. Su uso se rige por una licencia Creative Commons BY-NC-ND 4.0 Internacional, https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/legalcode.es, para un uso diferente consultar al responsable jurídico del repositorio por medio del correo electrónico alberto@filosoficas.unam.mx

884.#.#.k: https://critica.filosoficas.unam.mx/index.php/critica/article/view/42

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520.3.#.a: Llamamos oración eterna a la oración declarativa que tiene siempre el mismo valor de verdad. La proposición puede definirse como el significado cognoscitivo de una oración eterna. Aquí se discute esta definición y se proponen otras nociones que puedan cumplir las tareas para las que se necesitaba a la proposición. De aquí que el artículo se titule "Objetos Proposicionales" y no "Proposiciones" solamente. El problema de definir así las proposiciones es el de que dadas dos oraciones eternas de forma lingüística distinta no queda suficientemente claro en qué circunstancias significan la misma proposición. Las oraciones son, en este sentido, entidades menos dudosas que las proposiciones. L. J. Cohen tiene otra objeción: no piensa que pueda aceptarse esa definición debido al hecho de que las oraciones pueden cambiar de significado, y a que, por ello, no hay oraciones estrictamente eternas. Es conveniente recordar, sin embargo, que cuando el veredicto de una persona acerca de una oración cambia, aunque esto se deba a un cambio en el significado de la oración, esa persona dirá que en realidad ha sido siempre falsa. La sutileza del asunto se muestra cuando reflexionamos en el hecho de que una oración puede aún ser considerada eterna por un hablante en un momento determinado y dejar de serlo para el mismo en otro. La oración es considerada verdadera o falsa para siempre. Qua oración de determinado lenguaje, por supuesto. Cohen pudiera decir con justeza que la eternidad de una oración depende del lenguaje al que pertenezca. Si hay un lenguaje en el que "llueve" signifique "el hierro es un metal", entonces "llueve" será en ese lenguaje una oración eterna y no lo será en español. Pero no sólo la eternidad depende de ese parámetro lingüístico, lo mismo sucede con la simple verdad o falsedad. Pero esto no parece muy bueno. Me disgusta imaginar un índice tácito que especifique un lenguaje en todo uso de las palabras "verdad" o "eterna". El problema de este parámetro lingüístico es, además, que no se ha logrado tampoco para "lenguaje" un principio adecuado de individuación. Con objeto de evitar la relatividad al lenguaje, se ha intentado introducir la proposición como vehículo de los valores de verdad. Las proposiciones y no las oraciones son verdaderas o falsas. Parece excesivo, empero, postular proposiciones con tal propósito. Su valor de verdad no depende de cómo individuemos a las proposiciones, la noción de proposición, en cambio, sí depende del principio que usemos para hacerlo. Es por esta razón que me incliné en Word and Object por las oraciones eternas como los vehículos de la verdad. Son éstas mejores que las demás oraciones por tener valor de verdad fijo, con independencia de tiempo, lugar, persona que las profiere, etc. Pero tan malas como las demás por admitir variación de su valor de verdad de un lenguaje a otro. Otra alternativa para los vehículos de la verdad es el evento concreto del proferimiento. Si un evento tal fuese bilingüe, porque la oración perteneciera a dos lenguajes que el hablante usase indistintamente, bastaría considerarlo ambiguo, para que no hubiera problema a este respecto. Propongo, entonces, que se tome como vehículo de la verdad al evento de proferir una oración eterna, o, para volver al lenguaje, al proferimiento de oraciones que son eternas en el lenguaje que el proferente habla en ese momento. Pero tomar a los eventos de proferimiento como los vehículos de la verdad presenta otro problema. Se complica la construcción de leyes como la de que dos falsedades forman una alternativa falsa, debido a que sólo una proporción infinitesimal de nuestras oraciones se llega a proferir. Y aquí incluimos las escritas. Pero entonces ¿qué puede hacerse con los eventos de proferimiento como vehículos de verdad? Tengo dos ideas: La primera es explicar la teoría lógica existente como un esquematismo aplicable a proferimientos que se den bajo condiciones adecuadas de existencia. La segunda es continuar con las oraciones eternas para vehículos de verdad y resolver el problema de su dependencia a un parámetro lingüístico. Sugiero que, con este objeto, asignemos como valor del parámetro el total de las disposiciones lingüísticas presentes en el parlante. Introducir disposiciones no es problema insoluble. Una disposición es, en cierto modo, un mecanismo. Y si bien no puede descubrirse en un instante dado cuáles son las disposiciones lingüísticas de un sujeto, es posible hacerlo tomando otros momentos. Se trata de pruebas indirectas desde las que razonamos de acuerdo con teorías y generalizaciones psicológicas acerca de la persistencia de hábitos y de otras materias. Otro propósito para introducir proposiciones es la necesidad de objetos de las actitudes proposicionales como creer, desear, etc. Aquí el problema de individuación es agudo. Cuando citamos la creencia de otro en nuestras propias palabras ¿qué cambios en la expresión la convertirán en otra creencia? En este caso si la individuación peca de fina no hay problema, pero en otros ejemplos podría volver falsa una afirmación. Tal es el caso cuando decimos haber abandonado tres creencias desde el medio día. Una individuación demasiado burda las podría reducir a dos, una demasiado fina las aumentaría a cuatro, por ejemplo. No sería, pues, extraño que diferentes principios de individuación, y con ello diferentes sentidos de "proposición", pudieran convenir a diferentes actitudes proposicionales. De nada serviría negar la existencia de objetos de las actitudes proposicionales. Las dificultades para individuarlos serían ahora obstáculos para una clara interpretación de las expresiones de actitudes proposicionales. El problema de si creo o no lo mismo cuando creo que las caras de la pirámide son equiláteras, que cuando creo que son equiángulas, sigue en pie después de negar la existencia del objeto de la creencia. En Word and Object sugiero que la pregunta de hasta donde puedo parafrasear una creencia, sin perder el derecho a criticarla, depende del propósito de la crítica. Esto puede generalizarse a todas las actitudes proposicionales. Y, siendo así, no hay esperanza de una traducción general de las expresiones de actitudes proposicionales a términos más objetivos. Por eso estas expresiones se dejan a la lengua vernácula, y no tienen lugar en el austero aparato de la ciencia. Pero si al hacer esto con las palabras indicadoras no sentimos pérdida alguna, porque sabemos para qué sirven y cómo sustituirlas, con respecto a las expresiones de actitudes proposicionales sentimos una pérdida genuina. Nos gusta decir, por ejemplo, que el gato quiere subirse al tejado, o que teme que el perro le haga daño. Al decir esto, intentamos relacionar al gato quizá con un estado de cosas. Y no hay manera de evitar la relación con un estado de cosas. El deseo o el temor del gato no pueden encerrarse en ninguna descripción de su conducta ni tampoco en una descripción fisiológica. Las relaciones con estados de cosas nos proporcionan algunas formas especiales y al parecer indispensables de agrupar eventos en el mundo natural. Nuestras dificultades filosóficas vienen tal vez de la presuposición oracional de nuestras expresiones de actitudes proposicionales. Estas expresiones guardan la estructura de la cita indirecta y por tanto nos complican en el problema de los límites de la variación permisible de la oración subordinada. Este problema verbal parece ridículamente irrelevante con relación a los mundos animales. ¿Podremos explicar algunos casos primitivos de actitudes proposicionales hablando de estados de cosas, en algún sentido del término que se distinga de proposición u oración? Comencemos entendiendo un estado de cosas como la clase de todos los mundos posibles en que se presente ese estado de cosas. Para simplificar las cosas aceptemos una física como la de Demócrito. Los átomos son homogéneos en sustancia y se diferencian solamente por su tamaño, forma, posición y movimiento. Supongamos al espacio euclideano. Para cada punto sólo caben dos posibilidades, el punto está dentro de un átomo o está vacío. Un estado momentáneo del mundo posible es una distribución de todos los puntos entre vacíos y llenos. Esto es como si tomásemos las descripciones de estado de Carnap con un solo predicado: "ocupado". Pero no es asÍ. Una objeción a las descripciones de estado es que cada individuo debería tener su nombre. Pero nuestros individuos son todos los puntos del espacio y no son, por tanto, denumerables, cuando los nombres sí lo son. Pero en nuestro caso un posible estado del mundo no es verbal, puede identificarse con el aggregatum de los puntos ocupados. Hasta aquí parecemos comprometidos a aceptar dos tipos de individuos: puntos y porciones materiales. Los puntos pueden eliminarse adoptando un sistema de coordenadas y reemplazarlos por triadas ordenadas de números reales. Nuestra ontología contaría con porciones de materia como individuos y la ordinaria superestructura de clases de individuos, clases de clases, etc. Un estado posible de mundo sería, según esto, una clase de triadas de números reales. Otra razón para preferir las triadas ordenadas a los puntos es la relatividad de la posición. Mientras no aceptemos que la posición absoluta tiene sentido, no podremos clasificar los puntos como entidades. Esta relatividad permanece en nuestro sistema de coordenadas, el mismo estado posible de mundo puede darse con diferentes triadas de números, gracias a rotaciones o translaciones de los ejes coordenados. Por ello convendría tomar un estado posible de mundo, no como una clase de triadas sino como una clase de clases de triadas, la clase de todas las clases de triadas que pudieran resultar de la translación o rotación de los ejes. O, dicho en términos de puntos, la clase de todas las clases de puntos congruentes con una clase dada. Así, nuestros estados posibles de mundo quedan libres del espacio absoluto y de la arbitrariedad de las coordenadas. Quedaría solamente la arbitrariedad de las unidades de medida. El cambio de pies a centímetros haría variar las clases de triadas. Una generalización semejante a la anterior nos evitaría esta relativización a las unidades de medición. Un estado posible de mundo sería la clase de todas las clases en las que una clase de triadas C pueda ser convertida mediante el cambio de ejes y la multiplicación de todos los números por una constante. Dicho esto en lenguaje geométrico, tomamos un posible estado de mundo como la clase de todos los conjuntos de puntos geométricamente similares a un conjunto dado de puntos. Con esto hemos ganado, además, superar un concepto absoluto de tamaño. Pero esto podría ser demasiado. Supongamos que tiene sentido distinguir dos mundos cuya única diferencia consistiere en que uno mide el doble que el otro. Si esto fuese así, convendría volver a tomar un sistema de medida arbitrario. Estoy, sin embargo, en contra de esta posibilidad. Concedido, por ejemplo, que la masa absoluta juegue un papel en las leyes de la física que la posición absoluta no desempeñe, de todos modos podríamos declarar en todas partes un cambio en la masa absoluta, mediante un cambio sistemático en las leyes, que lo compensara. Esta maniobra combinada sigue siendo solamente verbal, de aquellas que llevan un estado de mundo posible solamente a sí mismo. Un mundo posible sería explicado de la misma forma. Bastaría añadir una dimensión más: el tiempo. Sin embargo, encontraremos complicaciones nuevas provenientes del hecho de que la coordenada temporal tiene unidades de medida independientes de las demás coordenadas. Recuérdese que nos encontramos en un sistema preeinsteiniano. Habremos, pues, de modificar la estipulación de similaridad geométrica en dos sentidos: la reforzamos prescribiendo que las cosas preserven su polarización con respecto a la cuarta dimensión; la relajamos permitiendo un estiramiento uniforme de la cuarta dimensión. Lo que el gato quiere, entonces, es el estado de cosas equivalente a la clase de todos los mundos posibles en los que él esté en ese tejado. Lo que teme es la clase de todos los mundos posibles en los que le tiene el perro. Lo que creo es la clase de todos los mundos posibles en los que la gran pirámide tiene caras de equiláteras... El problema de la individuación que nos preocupaba con respecto a las proposiciones está resuelto satisfactoriamente con relación a los estados de cosas. Los mundos en los que las caras de las pirámides son equiláteras son, por cierto, los mundos en los que son equiángulas. Otra cosa que creo es la clase de todos los mundos posibles en los que Cicerón denuncia a Catilina. Tenemos, empero, nuevos problemas. ¿Cómo identificar a Catilina en los varios mundos posibles? ¿Tendrá que haber llevado el nombre de "Catilina"? ¿Qué tanto podrá diferir su vida para ser considerado otra persona con el mismo nombre? Aún el caso del gato acarrea problemas. En un mundo posible con muchos gatos similares, perros y techos, ¿qué gato será él? Uno de esos mundos posibles tendrá un gato como él en un tejado como el suyo y otro gato como él en las fauces del perro. ¿Pertenece este mundo posible tanto al estado de cosas deseado como al temido? Estos ejemplos sugieren que me haya excedido al abstraer el emplazamiento de las coordenadas. Tal vez hubiera sido conveniente mantener el origen fijo y sólo permitir la rotación de los ejes. El sujeto de la actitud proposicional se identificaría como el organismo al origen. Esto arreglaría el caso del gato, aunque no solucionaría los ejemplos de la pirámide a de Catilina. Tenemos con el gato lo que podría. mas llamar estados de cosas centrados . Cada uno sería la clase de posibles mundos centrados. Cada mundo posible centrado es la clase de todas las clases de tetradas numerales que pueden obtenerse de alguna clase de tetradas de números mediante la multiplicación de los primeros tres números por un factor constante, la multiplicación del cuarto número por una constante quizá distinta y llevando al cabo las operaciones correspondientes a la rotación de los primeros tres ejes. Así, sugiero que los objetos de las actitudes proposicionales sean tomados, en algunos casos primitivos, como estados de cosas centrados. Esto no cubre sino las actitudes proposicionales egocéntricas, aquellas como desear, esperar, temer a tratar de estar en algún tipo de situación física, es decir, las actitudes más primitivas. Son, tal vez, las únicas que el mundo animal podría decirse que sustenta, creo que las otras presuponen lenguaje. Puede decirse, sin embargo, que si vamos a ocuparnos solamente con actitudes egocéntricas, los estados de cosas centrados abarcan demasiado territorio. Cuando un animal asume una actitud acerca de lo que podría herirlo a golpearlo, sólo tomaría en cuenta ciertas posibilidades de activación a inactivación de sus terminales nerviosas. En lugar de una distribución cósmica de decisiones binarias, debemos considerar una distribución de decisiones binarias sobre los receptores sensoriales del animal. Cada una de estas distribuciones es un mundo posible que llamaremos estructura de estímulo, para distinguirlas de los mundos posibles en el sentido anterior. Entonces, como objeto de la actitudes proposional podemos tomar el rango de estructuras de estímulos del propio gato, que constituirían su estar en el tejado. Si se trata el lenguaje como un fenómeno natural, debemos comenzar reconociendo que ciertos proferimientos están conectados con rangos de estructuras de estímulo sensorial. A estos rangos llamo significados de estímulo. Tenemos, empero, un problema: parece esencial que al correlacionar el comportamiento verbal de un sujeto con el de otro seamos capaces de equiparar los estímulos de ambos. Pero si construimos las estructuras de estímulo a mi manera, sólo podríamos equiparar unos con otros mediante la suposición de una homología en los receptores, lo que es absurdo, no sólo porque una completa homología sea imposible, sino porque seguramente no debería importar. Es el estímulo de la superficie corporal el que cuenta y no sólo la existencia objetiva de los objetos distantes de referencia a los sucesos internos del cuerpo. Aún la madre primitiva al guiar al niño en el uso de cierta palabra, considerará si el objeto relevante está visible, no si existe. La madre civilizada no tratará de penetrar bajo la piel de su hijo. Sin embargo, cuando tratamos el aparente esencial problema de qué signifique que dos personas tengan el mismo estímulo, reaparece el mito de las terminaciones nerviosas homólogas. Este problema es de un carácter eminentemente teórico. En la práctica averiguamos si dos sujetos tienen el mismo estímulo observando que sus cuerpos estén sometidos a las mismas fuerzas exteriores, que sus cuerpos estén orientados en la misma forma hacia las fuentes del estímulo y, tal vez, que sus ojos estén abiertos. En estos términos podríamos aún comparar a un hombre con un marciano, sin llegar a preocuparnos sobre homologías que vayan más allá de lo que tenga que saberse para orientar al marciano hacia las fuentes estimulantes. El marciano podría muy bien reaccionar a fuerzas frente a las que el hombre no responde y viceversa. La respuesta del receptor es lo que cuenta y es por esto que la equiparación de los estímulos de dos sujetos nos lleva a proponer consideraciones de homología cuando tratamos de hacer una teoría explícita. Nuestro procedimiento práctico funciona gracias a los parecidos anatómicos de la gente. Gracias a esas similaridades la lengua misma ha podido propagarse.

773.1.#.t: Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía; Vol. 2 Núm. 5 (1968); 3-29

773.1.#.o: https://critica.filosoficas.unam.mx/index.php/critica

022.#.#.a: ISSN electrónico: 1870-4905; ISSN impreso: 0011-1503

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No entro en nada

No entro en nada 2

Artículo

Objetos proposicionales

Quine, W.V.

Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, publicado en Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía, y cosechado de Revistas UNAM

Licencia de uso

Procedencia del contenido

Cita

Quine, W.V. (1968). Objetos proposicionales. Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía; Vol. 2 Núm. 5, 1968; 3-29. Recuperado de https://repositorio.unam.mx/contenidos/4115727

Descripción del recurso

Autor(es)
Quine, W.V.
Tipo
Artículo de Investigación
Área del conocimiento
Artes y Humanidades
Título
Objetos proposicionales
Fecha
2018-10-26
Resumen
Llamamos oración eterna a la oración declarativa que tiene siempre el mismo valor de verdad. La proposición puede definirse como el significado cognoscitivo de una oración eterna. Aquí se discute esta definición y se proponen otras nociones que puedan cumplir las tareas para las que se necesitaba a la proposición. De aquí que el artículo se titule "Objetos Proposicionales" y no "Proposiciones" solamente. El problema de definir así las proposiciones es el de que dadas dos oraciones eternas de forma lingüística distinta no queda suficientemente claro en qué circunstancias significan la misma proposición. Las oraciones son, en este sentido, entidades menos dudosas que las proposiciones. L. J. Cohen tiene otra objeción: no piensa que pueda aceptarse esa definición debido al hecho de que las oraciones pueden cambiar de significado, y a que, por ello, no hay oraciones estrictamente eternas. Es conveniente recordar, sin embargo, que cuando el veredicto de una persona acerca de una oración cambia, aunque esto se deba a un cambio en el significado de la oración, esa persona dirá que en realidad ha sido siempre falsa. La sutileza del asunto se muestra cuando reflexionamos en el hecho de que una oración puede aún ser considerada eterna por un hablante en un momento determinado y dejar de serlo para el mismo en otro. La oración es considerada verdadera o falsa para siempre. Qua oración de determinado lenguaje, por supuesto. Cohen pudiera decir con justeza que la eternidad de una oración depende del lenguaje al que pertenezca. Si hay un lenguaje en el que "llueve" signifique "el hierro es un metal", entonces "llueve" será en ese lenguaje una oración eterna y no lo será en español. Pero no sólo la eternidad depende de ese parámetro lingüístico, lo mismo sucede con la simple verdad o falsedad. Pero esto no parece muy bueno. Me disgusta imaginar un índice tácito que especifique un lenguaje en todo uso de las palabras "verdad" o "eterna". El problema de este parámetro lingüístico es, además, que no se ha logrado tampoco para "lenguaje" un principio adecuado de individuación. Con objeto de evitar la relatividad al lenguaje, se ha intentado introducir la proposición como vehículo de los valores de verdad. Las proposiciones y no las oraciones son verdaderas o falsas. Parece excesivo, empero, postular proposiciones con tal propósito. Su valor de verdad no depende de cómo individuemos a las proposiciones, la noción de proposición, en cambio, sí depende del principio que usemos para hacerlo. Es por esta razón que me incliné en Word and Object por las oraciones eternas como los vehículos de la verdad. Son éstas mejores que las demás oraciones por tener valor de verdad fijo, con independencia de tiempo, lugar, persona que las profiere, etc. Pero tan malas como las demás por admitir variación de su valor de verdad de un lenguaje a otro. Otra alternativa para los vehículos de la verdad es el evento concreto del proferimiento. Si un evento tal fuese bilingüe, porque la oración perteneciera a dos lenguajes que el hablante usase indistintamente, bastaría considerarlo ambiguo, para que no hubiera problema a este respecto. Propongo, entonces, que se tome como vehículo de la verdad al evento de proferir una oración eterna, o, para volver al lenguaje, al proferimiento de oraciones que son eternas en el lenguaje que el proferente habla en ese momento. Pero tomar a los eventos de proferimiento como los vehículos de la verdad presenta otro problema. Se complica la construcción de leyes como la de que dos falsedades forman una alternativa falsa, debido a que sólo una proporción infinitesimal de nuestras oraciones se llega a proferir. Y aquí incluimos las escritas. Pero entonces ¿qué puede hacerse con los eventos de proferimiento como vehículos de verdad? Tengo dos ideas: La primera es explicar la teoría lógica existente como un esquematismo aplicable a proferimientos que se den bajo condiciones adecuadas de existencia. La segunda es continuar con las oraciones eternas para vehículos de verdad y resolver el problema de su dependencia a un parámetro lingüístico. Sugiero que, con este objeto, asignemos como valor del parámetro el total de las disposiciones lingüísticas presentes en el parlante. Introducir disposiciones no es problema insoluble. Una disposición es, en cierto modo, un mecanismo. Y si bien no puede descubrirse en un instante dado cuáles son las disposiciones lingüísticas de un sujeto, es posible hacerlo tomando otros momentos. Se trata de pruebas indirectas desde las que razonamos de acuerdo con teorías y generalizaciones psicológicas acerca de la persistencia de hábitos y de otras materias. Otro propósito para introducir proposiciones es la necesidad de objetos de las actitudes proposicionales como creer, desear, etc. Aquí el problema de individuación es agudo. Cuando citamos la creencia de otro en nuestras propias palabras ¿qué cambios en la expresión la convertirán en otra creencia? En este caso si la individuación peca de fina no hay problema, pero en otros ejemplos podría volver falsa una afirmación. Tal es el caso cuando decimos haber abandonado tres creencias desde el medio día. Una individuación demasiado burda las podría reducir a dos, una demasiado fina las aumentaría a cuatro, por ejemplo. No sería, pues, extraño que diferentes principios de individuación, y con ello diferentes sentidos de "proposición", pudieran convenir a diferentes actitudes proposicionales. De nada serviría negar la existencia de objetos de las actitudes proposicionales. Las dificultades para individuarlos serían ahora obstáculos para una clara interpretación de las expresiones de actitudes proposicionales. El problema de si creo o no lo mismo cuando creo que las caras de la pirámide son equiláteras, que cuando creo que son equiángulas, sigue en pie después de negar la existencia del objeto de la creencia. En Word and Object sugiero que la pregunta de hasta donde puedo parafrasear una creencia, sin perder el derecho a criticarla, depende del propósito de la crítica. Esto puede generalizarse a todas las actitudes proposicionales. Y, siendo así, no hay esperanza de una traducción general de las expresiones de actitudes proposicionales a términos más objetivos. Por eso estas expresiones se dejan a la lengua vernácula, y no tienen lugar en el austero aparato de la ciencia. Pero si al hacer esto con las palabras indicadoras no sentimos pérdida alguna, porque sabemos para qué sirven y cómo sustituirlas, con respecto a las expresiones de actitudes proposicionales sentimos una pérdida genuina. Nos gusta decir, por ejemplo, que el gato quiere subirse al tejado, o que teme que el perro le haga daño. Al decir esto, intentamos relacionar al gato quizá con un estado de cosas. Y no hay manera de evitar la relación con un estado de cosas. El deseo o el temor del gato no pueden encerrarse en ninguna descripción de su conducta ni tampoco en una descripción fisiológica. Las relaciones con estados de cosas nos proporcionan algunas formas especiales y al parecer indispensables de agrupar eventos en el mundo natural. Nuestras dificultades filosóficas vienen tal vez de la presuposición oracional de nuestras expresiones de actitudes proposicionales. Estas expresiones guardan la estructura de la cita indirecta y por tanto nos complican en el problema de los límites de la variación permisible de la oración subordinada. Este problema verbal parece ridículamente irrelevante con relación a los mundos animales. ¿Podremos explicar algunos casos primitivos de actitudes proposicionales hablando de estados de cosas, en algún sentido del término que se distinga de proposición u oración? Comencemos entendiendo un estado de cosas como la clase de todos los mundos posibles en que se presente ese estado de cosas. Para simplificar las cosas aceptemos una física como la de Demócrito. Los átomos son homogéneos en sustancia y se diferencian solamente por su tamaño, forma, posición y movimiento. Supongamos al espacio euclideano. Para cada punto sólo caben dos posibilidades, el punto está dentro de un átomo o está vacío. Un estado momentáneo del mundo posible es una distribución de todos los puntos entre vacíos y llenos. Esto es como si tomásemos las descripciones de estado de Carnap con un solo predicado: "ocupado". Pero no es asÍ. Una objeción a las descripciones de estado es que cada individuo debería tener su nombre. Pero nuestros individuos son todos los puntos del espacio y no son, por tanto, denumerables, cuando los nombres sí lo son. Pero en nuestro caso un posible estado del mundo no es verbal, puede identificarse con el aggregatum de los puntos ocupados. Hasta aquí parecemos comprometidos a aceptar dos tipos de individuos: puntos y porciones materiales. Los puntos pueden eliminarse adoptando un sistema de coordenadas y reemplazarlos por triadas ordenadas de números reales. Nuestra ontología contaría con porciones de materia como individuos y la ordinaria superestructura de clases de individuos, clases de clases, etc. Un estado posible de mundo sería, según esto, una clase de triadas de números reales. Otra razón para preferir las triadas ordenadas a los puntos es la relatividad de la posición. Mientras no aceptemos que la posición absoluta tiene sentido, no podremos clasificar los puntos como entidades. Esta relatividad permanece en nuestro sistema de coordenadas, el mismo estado posible de mundo puede darse con diferentes triadas de números, gracias a rotaciones o translaciones de los ejes coordenados. Por ello convendría tomar un estado posible de mundo, no como una clase de triadas sino como una clase de clases de triadas, la clase de todas las clases de triadas que pudieran resultar de la translación o rotación de los ejes. O, dicho en términos de puntos, la clase de todas las clases de puntos congruentes con una clase dada. Así, nuestros estados posibles de mundo quedan libres del espacio absoluto y de la arbitrariedad de las coordenadas. Quedaría solamente la arbitrariedad de las unidades de medida. El cambio de pies a centímetros haría variar las clases de triadas. Una generalización semejante a la anterior nos evitaría esta relativización a las unidades de medición. Un estado posible de mundo sería la clase de todas las clases en las que una clase de triadas C pueda ser convertida mediante el cambio de ejes y la multiplicación de todos los números por una constante. Dicho esto en lenguaje geométrico, tomamos un posible estado de mundo como la clase de todos los conjuntos de puntos geométricamente similares a un conjunto dado de puntos. Con esto hemos ganado, además, superar un concepto absoluto de tamaño. Pero esto podría ser demasiado. Supongamos que tiene sentido distinguir dos mundos cuya única diferencia consistiere en que uno mide el doble que el otro. Si esto fuese así, convendría volver a tomar un sistema de medida arbitrario. Estoy, sin embargo, en contra de esta posibilidad. Concedido, por ejemplo, que la masa absoluta juegue un papel en las leyes de la física que la posición absoluta no desempeñe, de todos modos podríamos declarar en todas partes un cambio en la masa absoluta, mediante un cambio sistemático en las leyes, que lo compensara. Esta maniobra combinada sigue siendo solamente verbal, de aquellas que llevan un estado de mundo posible solamente a sí mismo. Un mundo posible sería explicado de la misma forma. Bastaría añadir una dimensión más: el tiempo. Sin embargo, encontraremos complicaciones nuevas provenientes del hecho de que la coordenada temporal tiene unidades de medida independientes de las demás coordenadas. Recuérdese que nos encontramos en un sistema preeinsteiniano. Habremos, pues, de modificar la estipulación de similaridad geométrica en dos sentidos: la reforzamos prescribiendo que las cosas preserven su polarización con respecto a la cuarta dimensión; la relajamos permitiendo un estiramiento uniforme de la cuarta dimensión. Lo que el gato quiere, entonces, es el estado de cosas equivalente a la clase de todos los mundos posibles en los que él esté en ese tejado. Lo que teme es la clase de todos los mundos posibles en los que le tiene el perro. Lo que creo es la clase de todos los mundos posibles en los que la gran pirámide tiene caras de equiláteras... El problema de la individuación que nos preocupaba con respecto a las proposiciones está resuelto satisfactoriamente con relación a los estados de cosas. Los mundos en los que las caras de las pirámides son equiláteras son, por cierto, los mundos en los que son equiángulas. Otra cosa que creo es la clase de todos los mundos posibles en los que Cicerón denuncia a Catilina. Tenemos, empero, nuevos problemas. ¿Cómo identificar a Catilina en los varios mundos posibles? ¿Tendrá que haber llevado el nombre de "Catilina"? ¿Qué tanto podrá diferir su vida para ser considerado otra persona con el mismo nombre? Aún el caso del gato acarrea problemas. En un mundo posible con muchos gatos similares, perros y techos, ¿qué gato será él? Uno de esos mundos posibles tendrá un gato como él en un tejado como el suyo y otro gato como él en las fauces del perro. ¿Pertenece este mundo posible tanto al estado de cosas deseado como al temido? Estos ejemplos sugieren que me haya excedido al abstraer el emplazamiento de las coordenadas. Tal vez hubiera sido conveniente mantener el origen fijo y sólo permitir la rotación de los ejes. El sujeto de la actitud proposicional se identificaría como el organismo al origen. Esto arreglaría el caso del gato, aunque no solucionaría los ejemplos de la pirámide a de Catilina. Tenemos con el gato lo que podría. mas llamar estados de cosas centrados . Cada uno sería la clase de posibles mundos centrados. Cada mundo posible centrado es la clase de todas las clases de tetradas numerales que pueden obtenerse de alguna clase de tetradas de números mediante la multiplicación de los primeros tres números por un factor constante, la multiplicación del cuarto número por una constante quizá distinta y llevando al cabo las operaciones correspondientes a la rotación de los primeros tres ejes. Así, sugiero que los objetos de las actitudes proposicionales sean tomados, en algunos casos primitivos, como estados de cosas centrados. Esto no cubre sino las actitudes proposicionales egocéntricas, aquellas como desear, esperar, temer a tratar de estar en algún tipo de situación física, es decir, las actitudes más primitivas. Son, tal vez, las únicas que el mundo animal podría decirse que sustenta, creo que las otras presuponen lenguaje. Puede decirse, sin embargo, que si vamos a ocuparnos solamente con actitudes egocéntricas, los estados de cosas centrados abarcan demasiado territorio. Cuando un animal asume una actitud acerca de lo que podría herirlo a golpearlo, sólo tomaría en cuenta ciertas posibilidades de activación a inactivación de sus terminales nerviosas. En lugar de una distribución cósmica de decisiones binarias, debemos considerar una distribución de decisiones binarias sobre los receptores sensoriales del animal. Cada una de estas distribuciones es un mundo posible que llamaremos estructura de estímulo, para distinguirlas de los mundos posibles en el sentido anterior. Entonces, como objeto de la actitudes proposional podemos tomar el rango de estructuras de estímulos del propio gato, que constituirían su estar en el tejado. Si se trata el lenguaje como un fenómeno natural, debemos comenzar reconociendo que ciertos proferimientos están conectados con rangos de estructuras de estímulo sensorial. A estos rangos llamo significados de estímulo. Tenemos, empero, un problema: parece esencial que al correlacionar el comportamiento verbal de un sujeto con el de otro seamos capaces de equiparar los estímulos de ambos. Pero si construimos las estructuras de estímulo a mi manera, sólo podríamos equiparar unos con otros mediante la suposición de una homología en los receptores, lo que es absurdo, no sólo porque una completa homología sea imposible, sino porque seguramente no debería importar. Es el estímulo de la superficie corporal el que cuenta y no sólo la existencia objetiva de los objetos distantes de referencia a los sucesos internos del cuerpo. Aún la madre primitiva al guiar al niño en el uso de cierta palabra, considerará si el objeto relevante está visible, no si existe. La madre civilizada no tratará de penetrar bajo la piel de su hijo. Sin embargo, cuando tratamos el aparente esencial problema de qué signifique que dos personas tengan el mismo estímulo, reaparece el mito de las terminaciones nerviosas homólogas. Este problema es de un carácter eminentemente teórico. En la práctica averiguamos si dos sujetos tienen el mismo estímulo observando que sus cuerpos estén sometidos a las mismas fuerzas exteriores, que sus cuerpos estén orientados en la misma forma hacia las fuentes del estímulo y, tal vez, que sus ojos estén abiertos. En estos términos podríamos aún comparar a un hombre con un marciano, sin llegar a preocuparnos sobre homologías que vayan más allá de lo que tenga que saberse para orientar al marciano hacia las fuentes estimulantes. El marciano podría muy bien reaccionar a fuerzas frente a las que el hombre no responde y viceversa. La respuesta del receptor es lo que cuenta y es por esto que la equiparación de los estímulos de dos sujetos nos lleva a proponer consideraciones de homología cuando tratamos de hacer una teoría explícita. Nuestro procedimiento práctico funciona gracias a los parecidos anatómicos de la gente. Gracias a esas similaridades la lengua misma ha podido propagarse.
Idioma
eng
ISSN
ISSN electrónico: 1870-4905; ISSN impreso: 0011-1503

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