John Locke
Ryle, Gilbert
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, publicado en Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía, y cosechado de Revistas UNAM
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506.#.#.a: Público
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520.3.#.a: Uno de los filósofos más influyentes de todos los tiempos ha sido John Locke. Con todo, si nos preguntamos cuál fue su gran contribución a la filosofía nos resulta difícil contestar. En una conversación con Lord Russell surgió una ocurrencia: “Locke habría inventado el sentido común”. Este ensayo es un intento de precisar lo que haya de verdad en ella. El primer libro del Ensayo de Locke está dedicado a una crítica de la “teoría de las ideas innatas”. Algunos hablan como si la mayor contribución de Locke hubiera sido la demolición de esa vieja y errónea teoría. Pero ni ésta tenía tanta importancia en el siglo. ni el primer esbozo del Ensayo se la concedía. La crítica a dicha teoría era sólo una meta secundaria. Otra respuesta sería: Locke inauguraba la ciencia de la psicología. Pero Locke no pretendió tanto. Aparte de que su contribución a la psicología fue más exigua, de hecho la psicología hubo de sacudirse de mucho ‘lockeanísmo’ para ser ciencia. Una última respuesta: Locke fue el campeón del empirismo contra el racionalismo. Pero Locke no se llama ‘empirista’. Mucho aprendió de Descartes, y si Descartes fue ‘racionalista’, también lo fue Locke en muchos puntos. Por otra parte el empirismo, era cosa familiar antes de Locke y no precisaba de ningún campeón para su causa. ¿Cuál fue, entonces, la contribución de Locke? Preguntemos primero algo en apariencia trivial: ¿para quién escribía Locke? Para el público letrado en general, no para expertos ni escolapios. Locke pensó que sus problemas y soluciones correspondían a intereses comunes a todos. ¿Cuáles podrían ser éstos? El Ensayo diseca los pensamientos en sus ideas constituyentes y describe la composición de las ideas complejas y de las proposiciones. ¿Qué relevancia podría tener esta tarea para el interés del público letrado, para alguien enfrascado, digamos, en una controversia sobre el arrianismo o sobre el derecho divino de los reyes? Controversias violentas marcaban la época de Locke. La tolerancia se juzgaba intolerable. Y el propio filósofo sufrió por ello. El Ensayo debe leerse sobre ese trasfondo. Hay que aprender, no sólo que las propias opiniones pueden ser erróneas, sino que una opinión sólo merece un grado de adhesión correspondiente al grado de evidencia en que se funda. Además, los disputantes a menudo confunden la naturaleza de las proposiciones que aseveran, concediendo, por ejemplo, a proposiciones sobre realidades el mismo alcance que a proposiciones ‘triviales’, meramente verbales. Locke parece reducir el campo de lo que puede conocerse con certeza, para ampliar el de las proposiciones opinables, sujetas a discusión. A esa área se dirigía su principal cuidado. Prescribía la necesidad de preguntarnos por el grado de solidez de las razones en que se basan cualesquiera de esas opiniones. Si tener sentido común es haber aprendido cuándo una certidumbre es razonable, el Ensayo de Locke nos enseña sentido común. Enseña qué es ser sensato y qué insensato en la adhesión de cualquiera a cualquier concepción de cualquiera clase. El Ensayo, antes que una teoría del conocimiento, es una teoría de la opinión. No señala el estrecho camino hacia la certeza. como Descartes, sino la vía para llegar a una seguridad razonable. Si esto es así, ¿cómo podría enseñar a someter a crítica las opiniones una doctrina sobre el origen y composición de nuestras ideas, su relación con las palabras, los tipos de proposiciones en que se combinan, etc.? ¿Habríamos de pensar con menor insensatez, por conocer la composición, en átomos y moléculas, de nuestros pensamientos? Todos sentimos que cualquier teoría científica sobre nuestras acciones y pensamientos, por más apegada que esté a los hechos, parece omitir algo: su característica de perseguir un propósito, en el que pueden acertar o fallar, para el que pueden mostrar destreza o torpeza. Pensar es un consorcio de competencia y habilidades, sujeto a aprendizaje. Puede cumplir su propósito o fracasar. En nuestro pensar, ejercemos diversos grados de pericia y habilidad. Pues no es algo que simplemente nos acontezca, es algo que hacemos: y podemos hacerlo bien o mal, cuidadosa o descuidadamente, como expertos o como simples aficionados. Por ello, al leer la teoría de Locke sobre el pensamiento. automáticamente introducimos entre líneas este elemento que el Ensayo omite: su dirección a un propósito, su mayor o menor destreza. Interpretamos entonces, su teoría sobre el origen y composición de nuestras ideas como una máxima de destreza intelectual. Con ello, no creemos ir más allá de Locke. Creo que él mismo quería que sus lectores pensaran que de sus análisis se derivaban máximas para bien pensar. Hablaba del origen y composición de las ideas para esclarecer las nociones de corrección e incorrección del pensar. Puede ser que la traza científica y fáctica de su anatomía del pensar ayudara a sacar esa conclusión. Invitaba a poner a prueba las propias opiniones en un terreno neutro y desapasionado, como el que puede ofrecer un laboratorio. El Ensayo pretendía ser un ars cogitandi o, incluso, una ética del pensar. Aunque expuestas en el lenguaje de una teoría atómica y molecular bastante primitiva, eran lecciones de destreza, lecciones sobre la economía y aun la ética de la formación, aceptación y rechazo de las opiniones. Si sentido común es opinar razonablemente, Locke fue el primero en enseñar sentido común. ¿Entonces, la contribución de Locke consiste solamente en la verdad obvia de que la adhesión a una opinión debe ser proporcionada a la cantidad y calidad de las razones que aduzca? Sí. ¿Pero quién sino Locke volvió obvia esa verdad? Todo filósofo genial convierte en obvias para la humanidad cosas que antes eran meras especulaciones. Ésa es su contribución. Para sus discípulos, la penosa labor del maestro se traduce en la trasmisión de lo obvio. No vamos a pensar que el Ensayo ha alejado de todos nosotros el fanatismo, el dogmatismo y la arbitrariedad en nuestras opiniones. Pero, para todos, esos términos se han vuelto objeto de condena o de desprecio. La lección de Locke no fue sólo que recordáramos, de vez en vez, nuestra posibilidad de equivocarnos, sino que recordáramos, en todo tiempo, sujetar nuestras opiniones particulares a las disciplinas que les son apropiadas. Dar seguridad de que nuestras opiniones sean siempre verdaderas, no podemos hacerlo. Pero que siempre deban ser bien sopesadas y puestas a prueba es cosa que sí podemos lograr. John Locke nos enseñó a querer lograrlo y a que nos pese fracasar en el intento.
773.1.#.t: Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía; Vol. 1 Núm. 2 (1967); 3-19
773.1.#.o: https://critica.filosoficas.unam.mx/index.php/critica
022.#.#.a: ISSN electrónico: 1870-4905; ISSN impreso: 0011-1503
310.#.#.a: Cuatrimestral
300.#.#.a: Páginas: 3-19
264.#.1.b: Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM
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Ryle, Gilbert
Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, publicado en Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía, y cosechado de Revistas UNAM
Ryle, Gilbert (1967). John Locke. Crítica. Revista Hispanoamericana de Filosofía; Vol. 1 Núm. 2, 1967; 3-19. Recuperado de https://repositorio.unam.mx/contenidos/4143852